Estefanía tiene las piernas largas, mucho más que cualquier mujer que merezca la pena recordarse. Sus brazos también son largos y hacen juego con la longitud de sus piernas. Sólo hay que verla para decir, esas cuatro aspas son todas del mismo molino. Ella es armónica. El cuello la hace ver más alta de lo que es en realidad. El pelo le crece apretado y cuando ya es una mata visible se esponja y ella debe aquietarlo con trenzas finas que alguien le peina con paciencia.
I used to be an authentic jarli, but ever since November 15, 1971 I am a fading memory. Throughout these years I’ve seen Camila maturing like a tree under sun and rain unsheltered throughout the cold nights and gloomy days. Her body crumples, and not even the shadow of her warm skin smiling at me in the garage or laying in the humid, sandy earth of the mountains we traveled over in my Harley Davidson is left.
(Este cuento ganó hace 25 años el primer premio en el Concurso Nacional de Cuento Gobernación del Quindío avalado por COLCULTURA).
Yo fui un auténtico jarli, pero desde el 15 de noviembre de 1971 soy un recuerdo que se va. En estos años vi madurar a Camila como un árbol al sol y al agua sin esconderse de las noches frías ni de los días tristes. Su cuerpo se está ajando, y no queda ni sombra de esa piel tibia que me sonreía en mi garaje o echados en la tierra húmeda y arenosa de las montañas que recorríamos en mi Harley Davidson.
Santa Marta estaba fresca esa tarde de diciembre. Recorrí todo el malecón y me senté a tomarme una cerveza en un sitio frente al mar en donde jugaban bingo y en los intermedios se presentaba una cantante jorobada.