-Texto leído para la presentación de Juan Diego Mejía en el sello TusQuets-
Aprovecho que estamos en familia, y que nadie saldrá de aquí a decir cosas malintencionadas, para confesarles unas sensaciones.
Las palabras de Roberto Burgos Cantor se parecen al Caribe. Leer sus cuentos es sentir el pulso tranquilo de sus personajes gozones cercanos al mar y, al mismo tiempo, es vivir la profundidad de los dramas humanos que ocurren por igual en los Andes, en los Llanos o en las costas.
(Texto publicado en el portal de la Corporación Región. agosto de 2017)
Una vez el escritor Darío Ruiz Gómez, parado frente a la que fue la casa de su infancia en la vieja Estación Villa, me dijo con nostalgia: “A menudo me parece ver los rieles del tren debajo de la Avenida del Ferrocarril”. Afortunado él que todavía puede ver la ciudad que hay debajo de esta en la que vivimos hoy. Los habitantes de Medellín hemos perdido casi todas las huellas que nos trajeron hasta el presente. Sabemos muy poco de nosotros mismos y cedemos a la tentación de creernos los primeros y los únicos. La historia de la quebrada que corre silenciosa debajo de la Avenida La Playa se ha convertido en una anécdota simpática para contarles a los visitantes que imaginan cómo habrán sido las tardes para los residentes de la quintas que había a lado y lado de la Santa Elena, pero no ha generado suficiente reflexión colectiva sobre el compromiso que, como sociedad, tenemos de dialogar con los objetivos trazados por las personas que nos antecedieron. Creer que somos el primer hombre y la primera mujer es un síntoma de la fragilidad de las decisiones que tomamos. Nos quedan pocas señales de lo que hicieron los anteriores medellinenses y nos parece como si todo hubiera estado así desde el principio.
Prólogo a De ratones y hombres. Edición Palabras Rodantes. Julio 2020.
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Ha llegado el atardecer de un día cálido y dos hombres caminan por el sur de la población de Soledad, cerca del río Salinas, en el Estado de California. El paisaje es amable. La brisa mueve las hojas de los árboles y los conejos se sientan a recibir el aire fresco, despreocupados de las cosas del mundo.
Los hijos del cine
Resumen:
Los que íbamos al cine en los años sesenta veíamos en la pantalla un mundo muy distinto al mundo real de nuestra cotidianidad. Todo lo que pasaba en las películas era mejor que nuestras propias vidas. Así aprendimos del honor, de la valentía, de la lealtad de los vaqueros, de los gladiadores, de los héroes de entonces. Pero esas historias del cine matinal estaban lejos de lo que ocurría en nuestro entorno. Tuvo que pasar mucho tiempo y mucha agua debajo de los puentes del país para que el cine empezara a parecerse a nuestra realidad. Ahora la gran producción de cine colombiano y su calidad creciente han logrado que la vida de nuestra sociedad se vea cada vez más fielmente reflejada en las pantallas.
Palabras clave:
Cine matinal, industrialización de Medellín, imaginario colectivo, diversidad cultural.