Las palabras de Roberto Burgos Cantor se parecen al Caribe. Leer sus cuentos es sentir el pulso tranquilo de sus personajes gozones cercanos al mar y, al mismo tiempo, es vivir la profundidad de los dramas humanos que ocurren por igual en los Andes, en los Llanos o en las costas.
Roberto Burgos era cartagenero, como muchos de sus personajes, y la mayor parte de su vida la vivió en Bogotá a donde llegó en 1966. Le gustaba recordar esos días en que él y Eligio García Márquez llegaron a Bogotá. Decía que al bajarse del avión vieron una ciudad bañada por una luz de color gris acerado. Entonces pensaba que así eran las ciudades de los escritores: frías, oscuras, tristes. Contaba que la gente usaba gabardinas para protegerse de la lluvia y los hombres parecían uniformados. Para no quedarse al margen de la ciudad que desde esos momentos sería la suya, los dos amigos se compraron gabardinas iguales a las de todos los demás. Roberto la conservó durante muchos años, como una manera de sellar su corazón, para que no le entrara el frío de la sabana.
Cuando Roberto Burgos hablaba, las palabras le salían despacio, pero cuando escribía tenía el ritmo febril de los hijos del trópico. En sus primeras historias, recogidas en el volumen Lo Amador (1981), vimos con una enorme emoción el barrio de Atenor Jugada, el ayudante de mecánica que quería actuar en una emblemática película que se rodó en Cartagena[1]. Supimos que a Jugada le encantaba el cine que presentaban en el teatro Laurina. En ese destartalado local, cuyo nombre era el mismo de la esposa del fundador, fue donde Atenor Jugada soñó que podría ser actor. Actuaría al lado de Marlon Brando, dirigido por el italiano Gillo Pontecorvo. Inclusive, Jugada ya tenía definido el papel que cumpliría en la película. Sería quien le sostuviera el caballo a Brando cuando este se bajara en plena playa a negociar con el nativo que dirigía una insurrección. Pero un accidente en el taller lo privaría de hacerse famoso y lo pondría de nuevo al lado del resto de los mortales del vecindario.
El encantador mundo de los barrios populares quedó para siempre a la vista de los lectores de todos los tiempos. Allí estarán esperándonos la reina de belleza que se alista para estar a la altura de su responsabilidad con el pueblo que la eligió. Nos espera también el papá de Mabel que migra hacia Venezuela, cuando los hermanos venezolanos nos recibían a todos los sin futuro. Allá aspira a seguir tocando en una orquesta y espera el momento para escribir la canción que inmortalice a su mujer. Lo que no sabe el papá de Mabel es que su esposa ya no estará en este mundo para oír cómo suena su nombre pronunciado por la Billo’s.
Una vez Roberto Burgos le dijo al escritor John Jairo Junieles en una entrevista:
«En Lo Amador debe haber una especie de austeridad de la forma, de recogimiento del lenguaje, de respeto por un mundo. Lo principal fue que me enseñó la dignidad literaria de unas vidas, alejadas por cierto de los modelos imperantes que obedecían a una postulación de lo ejemplar desde la perspectiva moral, o de esa visión ingenua de la sociedad por entonces»[2].
Los cuentos de Roberto Burgos están tocados por la varita mágica de la poesía. En Era una vez una reina que tenía las palabras salen de la boca de la reina para decir: «Después, mientras se tomaba la cerveza que le ofrecí me dijo que las fotos iban a quedar chéveres sobre todo la que me disparó en la puerta de la calle donde tiré mi risa al sol como uno de esos batazos profundos de la Yuya Rodríguez cuando jugaba en la novena del Torices…». Esa magia hizo que Roberto pudiera convertir en belleza el horror en Estas frases de amor que se repiten tanto: «Te decía cómo compró su galón de gasolina y lo llevó hasta esas ruinas a las cuales hemos ido mil y mil veces y se roció con ella y se acercó un fósforo hasta que los gritos fueron ceniza». Lo que la palabra de Roberto Burgos tocó se transformó en imágenes.
La canción popular no se quedó por fuera de su impulso de vida. En uno de sus primeros cuentos, Este pedazo de acordeón (1973), Alejo Durán encontró su origen mítico. Esta narración ya permitía adivinar que su autor le daría voz a la gente sencilla y se ocuparía de temas que hacen parte del imaginario popular. Y así fue. La obra de Burgos Cantor está narrada desde el punto de vista de personajes del común, de quienes no se espera nada diferente de vivir los días que uno tras otro transcurren casi idénticos. Por eso en el cuento Uno jamás se imagina (2009) nos conmueve la voz de la mujer que un día se enamoró de quien atentaría contra su vida en un motel barato y triste de la ciudad. La vemos contarle a un funcionario de polícía su historia en desorden, tal cual se mueve en su corazón, y sabemos que todo terminará sin justicia, las cosas seguirán igual, ella no encontrará las palabras para denunciar a su verdugo, el mundo se olvidará de ella, y ella seguirá siendo la misma.
Burgos Cantor fue un maestro del cuento y un novelista reconocido en hispanoamérica. En 2009 ganó el Premio de Narrativa Casa de las Américas por su novela La ceiba de la memoria, en la que reconstruye el período colonial de la esclavitud en Colombia. En 2018 obtuvo el Premio Nacional de novela 2018, del Ministerio de Cultura, por su obra Ver lo que veo. En sus 70 años de vida publicó seis libros de cuentos, seis novelas y un libro que puede clasificarse como testimonio. Su último libro es Orillas y fue publicado por el sello Seix Barral después de su muerte.
La colección Palabras Rodantes, de Comfama y el Metro de Medellín, ha querido cerrar este complejo año 2020 con una selección de cuentos del gran Roberto Burgos Cantor, un escritor que será recordado por habernos mostrado el mundo a través de la palabra del Caribe, y por haberles encontrado un lugar en el alma de los lectores a los seres anónimos que asumen en silencio sus agonías y celebran con intensidad las alegrías de la vida.
[1] Queimada (1969). Película del director italiano Gillo Pontecorvo. Protagonizada por Marlon Brando y por el actor nacido en San Basilio de Palenque, Evaristo Márquez.
[2] La memoria es un tren que nunca acaba de pasar. Entrevista de John Jairo Junieles. Revista Noventa y nueve. Cartagena. 2007.