Fotograma de la versión cinematográfica de 1939

De la supervivencia y la compasión

Written by Juan Diego Mejia
Category: Artículos Created: Tuesday, 14 July 2020 16:36

Prólogo a De ratones y hombres. Edición Palabras Rodantes. Julio 2020.

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Ha llegado el atardecer de un día cálido y dos hombres caminan por el sur de la población de Soledad, cerca del río Salinas, en el Estado de California. El paisaje es amable. La brisa mueve las hojas de los árboles y los conejos se sientan a recibir el aire fresco, despreocupados de las cosas del mundo.

Ellos no saben que la esfera de la economía mundial hizo «crac» y que las fisuras afectan la vida de millones de personas. Es la crisis de 1929 que quebró los bancos de los Estados Unidos y se extendió a la industria, a la agricultura, al comercio del mundo occidental. George, el más bajito de los dos hombres, algo ha oído decir acerca de la situación en otros lugares, lejos de las montañas Gavilán y de los alrededores donde todavía contratan peones para cargar cebada. Pero Lennie, el más alto y fuerte, no sabe nada aparte de su sueño de tener una granja con perros, conejos y un sembrado de alfalfa para alimentar a los dientones.

Lo que vamos a leer en esta inolvidable novela de John Steinbeck (1902-1968) ocurre en medio de un drama económico y social que conmovió a todo el planeta, en especial a los países más desarrollados de entonces. Los trabajadores perdían sus empleos, los bancos cerraban, los inversionistas trataban de recuperar sus capitales, la gente deambulaba por las ciudades y recorría los caminos sin esperanza en busca de un pedazo de pan. La política se agitaba y en Estados Unidos asumía el poder Franklin Delano Roosevelt con un programa que se conoció como el New Deal[1], que habría de neutralizar los efectos de la crisis y le ofrecería a su país una ventaja apreciable en el ajedrez político del mundo.

Mientras Estados Unidos encontraba el camino de la recuperación, Alemania se hundía en una profunda crisis financiera y los ciudadanos ansiaban que apareciera la voz que los guiara de nuevo hacia el bienestar que con tanto esfuerzo habían conseguido. Esto explica que, en las elecciones del séptimo Reichstag, en julio de 1932, el partido nazi de Adolfo Hitler alcanzara a posicionarse como la mayor fuerza política de Alemania y, desde entonces, el país marchara hacia los acontecimientos nefastos de la II Guerra Mundial.

La década de 1930 fue un tiempo de gobiernos autoritarios entre los que es imposible ignorar a Hitler, en Alemania; a Mussolini, en Italia; a Stalin, en la Unión soviética y a Mao, en China. En América Latina, Fulgencio Batista daba un golpe de Estado en Cuba; en Brasil, aparecía Getúlio Vargas; en Nicaragua, se consolidaba el poder de Anastasio Somoza; en República Dominicana, empezaba el largo reinado de Rafael Leónidas Trujillo; y en Venezuela, vivía sus últimos años el gobierno dictatorial de Juan Vicente Gómez. Desde entonces, España está cerca de nosotros los colombianos por los sufrimientos que padecieron sus nacionales en la guerra civil de 1936 que terminó en 1939 con la victoria de Francisco Franco, otra figura absolutista que con su corona ingresaba al salón de las infamias.

Volvamos a la novela. George y Lennie caminan hacia el sur. Cada uno piensa en lo suyo. George sabe que debe cuidar a Lennie. Se lo prometió a la tía en su lecho de muerte. Es como una condena que lo lleva a maldecirlo y también a protegerlo. Lennie solo piensa en la granja, en esa textura suave de la piel de los conejos, parecida a la textura de la piel de los ratones que suele meter de contrabando en sus bolsillos, cuidando de que George no se dé cuenta. Más al norte dicen que está San Francisco, más al sur quién sabe qué habrá, siempre se han movido en los alrededores del río Salinas. El mundo se estremece lejos de allí. Ahora son solo ellos dos. El resto no importa. George dice a menudo y en voz alta para que Lennie sonría y trate de seguirlo en coro: Los hombres como nosotros, que trabajan en los ranchos, son los tipos más solitarios del mundo. No tienen familia. No son de ningún lugar. Llegan a un rancho y trabajan hasta que tienen un poco de dinero, y después van a la ciudad y malgastan su dinero, y no les queda más remedio que ir a molerse los huesos en otro rancho. No tienen nada que esperar del futuro. Lennie va confiado porque George lo cuida. George va alerta para que su amigo, el grandulón, una especie de hermano que heredó por cosas del azar, no se meta en líos. Son dos peones solitarios con planes de asentarse en algún lugar y dejar atrás la errancia de los últimos tiempos.

En las primeras páginas de De ratones y hombres está planteado el drama en el que se van a confrontar la supervivencia y la compasión. Dos reacciones que brotan del fondo del alma de las personas en situaciones límite. George podría vivir tranquilo si Lennie no existiera. Pero algo le impide que lo abandone a su suerte y siga su camino como un tipo común y corriente. No es solo la promesa que le hizo a Clara, la tía de Lennie, de cuidarlo y estar siempre a su lado. Es algo más lo que no lo deja zafarse de él. Por eso le riñe: …No puedes conservar un empleo, y me haces perder todos los trabajos que me dan. No haces más que obligarme a recorrer el país entero. Y eso no es lo peor. Te metes en líos. Haces cosas malas y yo tengo que sacarte de apuros…..Imbécil, hijo de perra…me tienes siempre en ascuas. Luego ve que Lennie quiere meter la cabeza en su propio cuerpo para no oír sus reproches. Y George lo escucha decir que, si no lo quiere, él puede irse a las montañas y encontrar una cueva donde podría vivir sin molestarlo más. George sabe que, sin él, Lennie no podría sobrevivir mucho tiempo. A pesar de maldecir su suerte, George es un hombre que ha aceptado su destino.

La ternura y la fuerza de Lennie lo hacen un personaje memorable en la literatura de todos los tiempos. Otros autores han inmortalizado a sus personajes de razonamiento ingenuo. Fedor Dostoievski, William Faulkner, Juan Rulfo, Kenzaburo Oé, Martin Amis, Bernardo Atxaga, y muchos otros, pero el Lennie Small de John Steinbeck siempre será una referencia a la hora de asomarse a ese universo donde el tiempo es estático y todas las cosas de la vida transcurren en un eterno presente. Los peones rudos del rancho al que llegan no entienden por qué un tipo listo como George viaja con un grandote que solo quiere jugar con perros recién nacidos y guardar en sus bolsillos ratones muertos. Slim, el mulero amistoso, lo dice así: …no hay muchos hombres que viajen juntos…No sé por qué. Quizá todos tienen miedo de todos los demás en este condenado mundo.

El terreno que pisan George y Lennie está minado. En cualquier momento estallará algo bajo sus pies y acabará con los sueños de tener una granja con conejos, perros, gallinas y un campo sembrado de alfalfa. Cualquiera de los hombres del rancho podría hacer detonar la explosión. George solo se siente tranquilo cuando están en el campo trabajando. Es el escenario donde Lennie se destaca. Rinde por tres fortachones y, si no le piden que hable, siempre tendrá felices a los patrones y será la envidia de los demás obreros. Pero los peligros abundan. Crooks, el negro que duerme aparte de todos los otros, tiene un lenguaje de resentimiento contra los blancos, y Lennie es blanco. Curley, el hijo del patrón, danza frente a sus ojos haciendo fintas de boxeo y provocándolo con el puño enguantado. La mujer de Curley es un colibrí que flota frente a los hombres fuertes, y Lennie es el más fuerte de los hombres. Es cuestión de tiempo para que el equilibrio se rompa en el valle del río Salinas y la ilusión de la granja salte en pedazos.

De ratones y hombres apareció por primera vez en 1937 y los lectores se conmovieron hasta las lágrimas con la historia de George y Lennie. Era una lección para el mundo que trataba de encontrar el rumbo después de años de crisis económica y de la descomposición social que sobrevino. La lucha por la supervivencia tiene matices que reivindican la ética de la humanidad. La compasión, entendida como la capacidad de gozar cuando el otro goza y sufrir cuando el otro sufre, es una clave para entender la dimensión de esta novela. Los seres humanos no estamos perdidos del todo. Hay esperanza de redención. George, el listo, entrega su libertad de vagar por el territorio, trabajar donde quiera, ganar unos dólares, gastarlos en los burdeles, quedarse sin nada, volver a empezar, quedarse sin nada, volver a empezar. Renuncia al derecho a ser un hombre libre por cuidar a Lennie en los múltiples peligros que lo acechan. Lo acompaña hasta más allá de la visión de una granja con conejos, lo lleva de la mano hasta el final, como le prometió a la tía Clara. George es un hombre de palabra.

John Steinbeck nació en 1902, en la población de Salinas, Estado de California. Fue galardonado con el premio Nobel de literatura en 1962, y seis años después, en 1968, murió en la ciudad de Nueva York. No fue un camino fácil el de Steinbeck hacia el reconocimiento mundial de su obra. La situación económica le impidió graduarse en la universidad de Stanford, donde había estudiado literatura inglesa. Trabajó como albañil y desempeñó múltiples oficios que ejercía con gusto ya que tenía una especial habilidad con sus manos. Tal vez no sea aventurado decir que estas circunstancias le permitieron conocer muy de cerca los sufrimientos de la clase trabajadora de los Estados Unidos que, después, serían la veta de donde sacaría personajes y situaciones para sus novelas. Por Las uvas de la ira (1939), que es una de sus novelas más conocidas, recibió el premio Pultizer. Con ella se confirmó como un escritor realista que pinta la vida de los obreros y de los desposeídos. Tortilla flat (1935) había sido el primero de sus libros que consiguió un premio literario. Se lo concedió el Commonwealth Club of California como la mejor novela escrita por un californiano. Años más tarde, la Academia sueca citaría esta obra entre sus mayores logros por ser unos

«cuentos picantes y cómicos sobre una pandilla de individuos asociales que, en sus festejos salvajes, son casi caricaturas de los Caballeros de la Mesa Redonda del Rey Arturo».

No es casual que este sea el estilo de estos relatos en aquella época de la Gran Depresión. Eran una versión del concepto de la compasión que inspiraría a De ratones y hombres. Steinbeck lo manifestó en la ceremonia de entrega del Premio Nobel de Literatura en 1962:

«se delega al escritor para que declare y celebre la probada capacidad del hombre para la grandeza de corazón y espíritu; para la gallardía en la derrota, el coraje, la compasión y el amor. En la interminable guerra contra la debilidad y la desesperación, estas son las brillantes banderas de la esperanza y la emulación. Sostengo que un escritor que no cree en la perfectibilidad del hombre no tiene dedicación ni ninguna implicación en la literatura».

De ratones y hombres les llega a los lectores de Palabras Rodantes, la colección de Comfama y el Metro de Medellín, en un momento en el que la humanidad vuelve su mirada hacia sus valores esenciales. Tal vez las palabras de Steinbeck ya las habían dicho George y Lennie en sus conversaciones sobre conejos, granjas y ratones. Quizás esos personajes simples, que ignoraban todo lo que ocurría en Wall Street, en Alemania, en Rusia y en otros países, tienen la claridad que nos hace falta en estos tiempos.

 

[1] El nuevo acuerdo