ESA VIEJA COSTUMBRE DE BESAR A LOS MUERTOS

Category: Cuentos Created: Wednesday, 28 June 2017 22:26

Treinta horas dentro del camperito de Miguel nos dejaron cansados y sin ganas de hablar. Sólo cuando vimos el pueblo respiramos aliviados y parecíamos dispuestos a olvidar los inconvenientes del derrumbe en el Alto de Ventanas que nos detuvo toda la noche.

A lado y lado de nosotros pasaban ranchos con techos de palma. La gente  sentada en mecedoras en la calle nos miraba como si fuéramos para el cementerio. Yo manejaba. Miguel que era el dueño del carro hacía esfuerzos por abrir los ojos. Volví a ver a mi mujer y a mi hija en el espejo retrovisor. A la chiquita se le habían metido en la boca unos mechones de pelo que se le mojaron con saliva y sudor. La mujer y la hija de Miguel también despertaron cuando apareció frente a nosotros el  mar de San Bernardo del Viento. Miguel dejó de cabecear y le dio una chupada al cigarrillo que tenía entre los dedos de la mano derecha.

Mientras las mujeres tomaban posesión de la cabaña donde pasaríamos una semana de vacaciones yo me fui a ver el mar. No sabía que a esa hora los habitantes de este pueblo corren a guardar sus canoas y a recoger las redes de pesca. No  sospechaba que la noche despierta recuerdos de ahogados de otros tiempos. Entonces me dejé llevar por el impulso del viento y me fui en busca de las olas más grandes. Las niñas habían sacado baldes y palas para jugar con la arena. Miguel estaba a su lado y no trató de detenerme. Él tampoco sabía que en el fondo pasan cosas extrañas a esa hora de la tarde. Nadie nos habló de las corrientes sumergidas. Ni del verdadero tamaño de las olas.

Ahora de nuevo no quiero hablar. Todos los demás me abrazan y me dan tragos de ron para que deje de pensar en lo de esta tarde. Hace rato que sólo miro el fuego que encendieron los vecinos con troncos recogidos en la playa. Ellos dijeron que querían venir esta noche a verme y a hablar de los que se han ahogado en este lugar. Mi mujer estuvo de acuerdo y entonces Miguel abrió unas botellas y las trajo hasta la fogata. Nos sentamos con la gente del caserío y los oímos contar historias de mar. Yo era el único que los entendía y llegué a pensar que hablaban de mí. Dijeron que para dormir tranquilos, cuando una persona se ahoga, todos los del pueblo hacen fila y besan el cuerpo antes de que muera del todo. Fue entonces cuando entendí a qué habían venido y por qué me miraban así, esperando el momento en que pudieran desfilar frente a mí y besarme como dicen que besan a los muertos.