Soñamos que vendrían por el mar

Category: Reseñas y Entrevistas Created: Wednesday, 28 June 2017 19:13

Esta novela narra la historia de un joven colombiano que en los años setenta creyó, como muchos, que el futuro estaba en la revolución. Más que la historia de una lucha, es la historia de la ilusión y del desencanto que acompañan un sueño no cumplido. 

Iván Andrade*

 

¿El arte o la revolución?

Los sesenta y los setenta fueron años efervescentes. El triunfo de la Revolución cubana y sus míticos barbudos abrieron la puerta para que miles de jóvenes latinoamericanos vieran en la lucha armada un camino, una forma de tumbar a los gobiernos corruptos y expoliadores que siempre han abundado en el continente. Cambiar el mundo, pensaron, pasaba por armarse y enfrentarse a la injusticia con algo más que discursos y pedreas.

Pável es un actor. Estudia arquitectura y coquetea con la revolución, pero es sobre todo un actor. Está inmerso en todo el trajín de los movimientos estudiantiles de los setenta en la Universidad de Antioquia y en la Nacional, donde participa en marchas, protestas y asambleas, pero sigue interesado en la posibilidad de hacer el teatro que a él le gusta. Incluso el nombre por el que todo el mundo lo conoce y el gabán que nunca se quita se los debe al teatro. Pero la inconformidad con el estado de la sociedad y la necesidad de hacer algo siguen ahí y también lo mueven. “Me senté en mi rincón a rayar hojas y a fumar. Me sentía bien allí, entre mis libros de teatro, protegido de las responsabilidades políticas que la vida se empeñaba en imponerme. Mi compromiso es con el arte, pensaba, mi tarea es hacerlo bien, nada más.

Soñamos que vendrían por el mar es la historia de Pável, de su esperanza y su desencanto. Nos cuenta cómo se forma su conciencia política en los movimientos estudiantiles de las universidades públicas, donde se encuentra con otros jóvenes como él, hombres y mujeres atraídos por la revolución, impulsados por el deseo de influir en la realidad del país, de cambiarla.

La mayoría son universitarios que pasan horas discutiendo en cafeterías y bares. En los días de la universidad todo es futuro y todo parece posible: sueñan con un mundo distinto y quieren participar activamente en su gestación. Hablan, discuten, argumentan cómo debe ser ese nuevo mundo, cómo debe construirse, cuáles deben ser los preceptos ideológicos que guíen a la revolución que lo engendre. “Uno sabía de qué hablaban en las mesas de estos cafés. Ahora pienso que en Colombia tenemos el peor Departamento de Inteligencia Nacional porque cualquiera habría podido desarmar a esa ola de activistas que estaba a punto de regarse por todo el país. Yo los tengo grabados en mi cabeza. Los veía llegar agitados, sonrientes, buscando una mesa libre”.

Estos jóvenes sienten que tienen una responsabilidad con su país y que en sus manos está la posibilidad de hacer algo concreto para construirlo mejor, para hacerlo más justo y equitativo. Esa posibilidad parece ser la revolución.

Las diferencias

Pero la revolución no es un movimiento uniforme en sus métodos y en su ideología. La izquierda unida es un animal mitológico. En las asambleas universitarias y en los cafés, Pável asiste al zaperoco del marxismo-leninismo, el maoísmo, el trotskismo, etc., en su pelea por establecerse como la “línea correcta”: “” Lo de la línea correcta se me pareció a la cantaleta de mi mamá cuando hablaba de los protestantes, los evangélicos y todos los que no fueran católicos, apostólicos, romanos. Para ellos estaba reservado el infierno a pesar de ser tan buenos en este mundo, pero no estaban en la Iglesia verdadera como nosotros. Y ahora resultaba que en la revolución era lo mismo, había líneas incorrectas y sólo una correcta”.

No es en vano la comparación con la religión. Para cientos de militantes de izquierda los postulados de su “línea correcta” se convirtieron en artículos de fe, perdieron la elasticidad y la vida, y con ellas la posibilidad de adaptarse a la realidad cambiante y conseguir el objetivo de mejorar a Colombia.

Las diferencias se hicieron grandes e impidieron cualquier asomo de unidad para la lucha revolucionaria. Se multiplicaron los grupos que seguían una u otra línea, y que en realidad no eran tan distintos; incluso parecía que el maoísmo no era más que “una forma de mover el dedo índice al dar los discursos”, como dicen en la novela. Las diferencias se hicieron más grandes que las similitudes, aunque no lo eran, y el sueño revolucionario fue siempre un sueño fragmentado.

No quedarnos al margen de la fiesta

Cada grupo revolucionario intentó seguir su propio camino hacia la utopía. En el caso de Pável y sus compañeros, la estrategia era insertarse en las comunidades del país para hacer un trabajo de masas. La revolución pasaba por conocer al pueblo, por entender sus necesidades reales. Pável se va a un pueblo de la costa, donde se hace amigo de la gente y comienza a trabajar como profesor de teatro en un colegio. Allí debe ayudar a preparar la operación gracias a la cual él y sus camaradas obtendrán las armas que les permitirán comenzar la lucha.

En medio de la lentitud de la espera y las reuniones clandestinas, Pável puede dedicarse al teatro y forma un grupo con sus estudiantes. Monta obras para presentar en los pueblos de la región, obras que sirven al doble propósito de hacer teatro y ayudar a los planes revolucionarios. El teatro lo sigue llamando con fuerza, pero su sentido de responsabilidad política, el deseo de ayudar a propiciar los cambios necesarios para el país, sigue ganando la partida. Pável, como tantos otros, soñaba con ir a pelear para hacer una verdadera diferencia. “ Hablábamos de la revolución en abstracto pero pensábamos en las imágenes de Camilo Torres y de los cubanos. Nos sabíamos de memoria las campañas de Ho Chi Minh, el recorrido de la larga marcha de Mao, nos habíamos bebido como desesperados las jornadas de los bolcheviques, seguimos a Fidel y al Che, lloramos con Allende antes de que sonara el disparo en La Moneda y teníamos todas las esperanzas puestas en Colombia. Ya nos llegaría el turno. Se trataba de no quedarnos al margen de la fiesta. Sería imperdonable llegar a viejos y morir de aburrición tomando leche tibia en la cama. Nadie quería perderse el baile”.

Pero el “baile” es complejo y las cosas no siempre resultan. La llegada de las armas se complica y la espera se hace amarga no solo por la impotencia de ver cómo un plan se malogra, sino también porque la guerra comienza a tragarse las vidas de esos jóvenes entusiasmados con poner todo de cabeza y volverlo a hacer, pero mejor.

Solo soy un actor

Poco a poco la narración de Pável se hace más nostálgica y desencantada. Comienza a encontrarse de frente con la imposibilidad de hacer una verdadera revolución, de que los estudiantes se conviertan en serio en campesinos y capitaneen la lucha por la nueva Colombia.

Las deserciones golpean al movimiento. Le duelen las muertes de sus amigos. La espera es caldo de cultivo para las dudas. Cada día que pasa Pável siente que esa ya no es su lucha, que no tiene nada para hacer allí. Se siente culpable, pero ve cómo su esperanza revolucionaria se diluye con el paso de los días. Se pregunta a sí mismo si su lugar no estará en otra parte.

Pável nos muestra a esa generación que quiso cambiar el mundo, esos jóvenes que se cansaron de la injusticia y creyeron en las armas como forma de combatirla. Y su desencanto es un testimonio de los fracasos y de las promesas incumplidas, de las vidas malogradas y de la impotencia frente a una realidad inmensa y a veces indescifrable, la realidad de un país donde la violencia y la política siempre han sido cercanas, para nuestra desgracia.

Es un desencanto lúcido el que recorre las páginas de Soñamos que vendrían por el mar. Es el desencanto que nace de los grandes objetivos y esperanzas que fallan, que no logran concretarse, que se quedan tirados en el camino. Miles de jóvenes creyeron en la rebelión armada en Colombia, pero resultó estéril, y la guerra resultante acabó con vidas que a lo mejor podrían haber sido más útiles en otro lado, dando la pelea de otras formas.

En su aventura revolucionaria Pável se hace consciente de que las buenas intenciones no bastan para que el movimiento triunfe, de que los intereses y los métodos de los distintos grupos rebeldes no coinciden y nunca van a coincidir. Se da cuenta de que ya no tiene nada que hacer en una revolución que por todas partes se agrieta y hace agua.

En la Ponencia a 7 voces 7, una declaración del EZLN, se lee al viejo Antonio diciendo: “Caminar, vivir pues, no se hace con verdades grandes que, si uno las mide, resulta que son bastante pequeñas”. Pável está fatigado, desilusionado, y ya no cree en las grandes verdades de la revolución. Así que dirige sus pasos hacia donde verdaderamente pertenece, a donde su alma le ha pedido siempre que regrese: el teatro.

Porque Pável podría hacer suyas las palabras finales de Hendrik Höfgen en Mefisto, la adaptación cinematográfica que István Szabó hizo de la novela de Klaus Mann: Al final, solo soy un actor.

 

* Historiador y magíster en Escrituras Creativas, corrector de estilo y editor.

@IvanLecter