Cuatro años de Fiesta del libro con Juan Diego Mejía

Category: Reseñas y Entrevistas Created: Wednesday, 28 June 2017 19:04

Historia del hombre que dirigió una de las fiestas del libro más innovadora de Latinoamérica.

Lo primero que Juan Diego Mejía propuso para la Fiesta del libro y la cultura de Medellín, cuando se realizaría la séptima edición (2013) y cuando tomó el timón del barco, fue crear una geografía nueva como reacción a la animadversión del sector que debía convivir en un mismo y reducido espacio: un gran editor compartía al lado de un vendedor de saldos, que en la lógica del comercio no es posible -prefieren por categorías- y difería esto de los parámetros mercantiles establecidos por los eventos feriales del libro.

El Jardín Botánico estaba en obras de modernización y no sólo se debía pensar en la disposición espacial; también en solucionar un conflicto: desaires de otras ciudades del país por el presupuesto cultural de esta. Bogotá había sido la ciudad bibliográfica y, como centro de actividad del sector, miraba a Medellín como una con una feria regional menor desconociendo el potencial de una intención clara: hacer un evento ciudadano en lugar de uno comercial. 

Mejía, un matemático que había sido Secretario de Cultura de Medellín, docente de cátedra en la Universidad Nacional, cuyo primer libro publicado en 1982 supone una carrera literaria de 30 años, que se movía en el medio editorial, aparecía para la anterior Administración como alguien que podía deshacer la enemistad del círculo, amén de mejorar las relaciones haciendo un inventario de grandes expositores, fondos editoriales, distribuidores, comerciantes de libros leídos o especializados y casas matrices, y otorgar así a cada uno un sitio determinado permitiendo incluso que editoriales y libreros convivieran en un mismo punto. 

Tomó una decisión que todavía defiende: pensó en que la forma de darle una buena dinámica comercial era dejando unas editoriales ancla en un lugar de tránsito obligado junto a editoriales independientes para que no se produjera una competencia desigual y estableció que para participar era necesario cumplir con una disciplina y cohabitar con respeto, así como no deshacerse de los huesos literarios y traer lo que fuera de mejor calidad. Hoy, después de cuatro años, la décima Fiesta del libro y la cultura demuestra un nivel de ventas al detal que pasan del millón de dólares, lo que era impensable para ese certamen regional menor. 

Con lo anterior resuelto, identificó que no había en América Latina una feria especializada en literatura infantil y juvenil y creó un salón mediante una alianza público privada en donde María Osorio, como asesora y curadora, escogía títulos de todo Hispanoamérica para la venta y funcionaría a la par una franja académica en un auditorio contiguo. Otras áreas decidieron imitar la iniciativa como los fondos editoriales universitarios, que para Mejía representaban la resistencia ante la desaparición súbita de editoriales en Medellín en otros tiempos, y fue el turno para el Salón del Libro Universitario, en el que participaron diez universidades y exhibieron los mejores títulos académicos de Iberoamérica e igualmente con una programación académica con participación docente. En tercer término creó el Salón de Editoriales Independientes con el deseo de que se conocieran libros diferentes a los de las multinacionales y se rompiera así, dice Mejía, el círculo del conocimiento. Rápidamente fue latente la necesidad de impulsar un espacio con un énfasis en lo digital dada la asistencia masiva de jóvenes y el apogeo vertiginoso del formato, sin embargo, no apoyando la venta de dispositivos o software –como sucede en otras ferias- sino dando a conocer experiencias de ese universo de tecnología en el que hay infinidad de formas de lectura. Pasó de Salón del Libro Digital a llamarse Salón de Nuevas Lecturas. 

Paralelo a estos cuatro proyectos especiales en marcha, el director decidió traer, como parte de la promoción de lectura, un modelo que le había costado lágrimas en Guadalajara y aseguró que ese “reconocimiento inmerecido” jamás se le iba a olvidar. Sus libros fueron leídos por estudiantes que hicieron a su arribo homenajes artísticos y tal fue la emoción que durante los últimos tres años más de 80 autores que participaron de cada edición en Medellín fueron a los colegios de todos los corregimientos por un programa que llamó ‘Adopta a un autor’. El primer día de cada Fiesta, además, este hombre se paró recién las puertas abrieron a ver a los niños ingresar, algo que considera como el paisaje más fascinante y absoluto dado que cree que el gusto por la literatura no se da por ósmosis y estos asistían a los más de 80 talleres organizados por entidades de la ciudad con un espíritu colaborativo (hoy se registra una cifra de más 85 mil asistentes a talleres). 

Recuerda Mejía que cuando estaba en la universidad un profesor les dijo que nada había podido unir a Vietnam salvo cuando debieron revelarse ante la invasión norteamericana, y fue así como Ho Chi Minh encontró un discurso por la necesidad de cohesión, esto traído a cuento para explicar el porqué de que la Fiesta del libro haya tenido un tema cada año como criterio rector del Plan Municipal de Lectura y que sea acogido por todas las entidades responsables (La ciudad y los escritores, Fronteras, Leer la vida y Nuevos mundos, respectivamente). Lo explica como si cada una tuviera un hilo invisible que visto de lejos es el tejido de una telaraña. El tema es importante, además, porque propone criterios para invitar a autores. 

La filosofía de Mejía frente a los invitados respondía a un deseo de traer a quienes no fueran conocidos pero referidos en el mundo por un enorme talento. El costo que implicaba traer a un Nobel puede traducirse en traer a tres escritores de diferentes partes del mundo con un alto nivel para que la ciudad los conozca e insta el ejemplo del portugués Gonçalo Tavares, a quien considera un literato refinado que propone un estilo de novela contemporánea completamente diferente a la actual. Igualmente, le parecía importante hacer justicia con algunos escritores que, valga la redundancia, han sido injustamente olvidados. 

Luego de que los primeros años fueran difíciles, de que pocos respondieran al teléfono, de que debieran montar guardia fuera de las oficinas y de que esta indisposición fuera superada, llegaron buenas cosas como adecuar la señalética y ofrecer programación para personas con capacidades reducidas; promover un Premio León de Greiff al Mérito Literario en asocio con la Universidad EAFIT y empresas patrocinadoras; darle cabida a un circuito de exposiciones y ocupar 184 mil metros²; también consolidar un espacio en ventas de más de 170 mil títulos; tener cada año alrededor de 350 escritores con más de 100 lanzamientos de libros; ofrecer cerca de 170 charlas académicas y 80 horas de programación artística, así como contar con una participación ciudadana con más de 420 mil visitas (última edición). Hoy, Juan Diego Mejía se retira y concluye este cuatrienio con nostalgia pero satisfecho. 

A él le produce pánico considerar que lo que hace es completamente confortable, además, cree que el no tomar riesgos no es nada interesante literariamente hablando. Cuando hay dudas es más estimulante. No renuncia por desavenencia con la actual Administración. Rechaza la idea de que de pronto es aceptado en el mundo de la literatura porque tiene potestad sobre un evento. Quiere estar en igualdad con los demás escritores y caminar sobre la cuerda floja, consiguiendo el equilibrio o desequilibrio, escribiendo a tiempo completo.