Ser escritor, vivir la literatura, enfocarse en su proyecto literario, fueron las decisiones que tomó el autor, quien dijo no más a su cargo de director de los Eventos del Libro de la Alcaldía de Medellín.
Una decisión personal que merece respeto, y más cuando “tiene varios componentes que me fueron empujando, porque no fue fácil tomarla, ya que es un excelente momento de la Fiesta del Libro, porque creo que goza de prestigio”, tomó esta semana Juan Diego Mejía, quien dejó de ser el director de los Eventos del Libro de Medellín, aceptando que “retirarse ahora es un poco inexplicable”.
Y es que, cuando hay que decirle gracias por consolidar una fiesta para la ciudad, para los jóvenes, cuando se le debe reconocer que democratizó el encuentro para conversar y conocer de cerca autores, su adiós “solo puede entenderse si uno tiene un proyecto, y yo tengo un proyecto literario que tengo que redondear”.
A veces, la broma de Juan Diego era con su edad, “pero cuando ya no tienes 40 eso pesa. Nadie va a responder por tu obra”. En estos cinco años, que iniciaron en marzo de 2013, fue su alma joven la que quiso impregnarle al evento. Es el final de una novela de logros, en la que, capítulo a capítulo, definió su personaje: “ahora pienso en qué soy, ¿soy un gestor cultural?, ¿un profesor?, ¿un matemático? Y de todo eso yo reclamo el título de escritor, desde que vencí ese miedo en los hoteles y decir abiertamente soy escritor, desde ese día, mi vida se va por ahí, no tengo dudas”.
Sabía que eso significaba “olvidarse de ser millonario, de ser una persona rica en dinero, para ser rico en amistades, percepciones y experiencias, en todo lo que está dentro de mí y se va a morir conmigo”, pero no le preocupó, se llevaría como botín el cariño de un equipo que dijo lamentar profundamente que no esté más.
Sobre el futuro, la solidez del certamen y lo que vendrá, el autor de Camila Todoslosfuegos (2001) aceptó que quizás “habrá algunos tropezones, que eso es normal, los habría conmigo y con cualquier director. Lo que si debería de no cambiar es la gratuidad de la Fiesta y de todos los eventos, que sea una manera de devolverle a la ciudad tantos años de dolor y guerra”.
Conocer la ciudad real, no la que se quiere vender, es lo que el escritor ve como el mejor pago, porque ya lee un territorio rico y diverso, sus problemáticas, sin ánimos de borrar los renglones torcidos. Medellín es una palabra que escribe con fuerza, con un lápiz de color oscuro, la retiñe en esa experiencia que ganó volviendo la Zona Norte un lugar para el libro: “Esta es una ciudad diversa, difícil, que, contrario a lo que se pensaba hasta el siglo XX, no tenemos la homogeneidad que se pensaba: no somos todos blanquitos, riquitos, somos el resumen de la contemporaneidad, aquí está todo, las modas que salen en Londres están al instante en nuestras comunas. No tenemos secretos, cada vez hay más posibilidades de que las ideas afloren. Esa vieja ciudad, la tacita de plata, es un imaginario de la sociedad”.
Sólo queda decir que es un final feliz para quien soñó que la Fiesta “dejara de ser un evento parroquial” y se consolidara como una de las citas culturales más importante de Medellín y de Latinoamérica, si se le mira como un encuentro para formar lectores y no para vender libros, reuniendo más de 420.000 almas, habla de la literatura como festejo, rito, formación de públicos y alegría.
Autor: Daniel Grajales Tabares 19 febrero de 2017 - 08:27 PM