'Soñamos que vendrían por el mar', una mirada a la juventud de los 60

Category: Reseñas y Entrevistas Created: Wednesday, 28 June 2017 18:25

La última novela del escritor colombiano Juan Diego Mejía, 'Soñamos que vendrían por el mar', es un retrato íntimo de una juventud que aún creía en la utopía de la revolución y que se debatió entre la guerra y la paz.

 

La sobriedad y tranquilidad son los dominios de Juan Diego Mejía. Su escritura está ligada a su propia vida, tal vez por eso sea difícil imaginar que en esa voz amable y sosegada se esconda un hombre que tuvo sus escarceos en ese mundo político convulsionado de los años setenta.

Durante la Feria del Libro estuvo en Cali presentando su nueva obra ‘Soñamos que vendrían por el mar’, un título tan alegórico que bien podría ser la entrada a un hermoso poema. Pero la verdad es que a lo largo de sus 272 páginas lo que encuentra el lector es una novela de esperanzas, de sueños juveniles, de frustraciones y de dilemas. Es también, por qué no, un libro en el que Mejía  está presente, en el que se suman los recuerdos del autor cuando llegó a la zona bananera por allá a finales de la década de los setenta, en plena efervescencia política. Militaba en la izquierda, estudiaba matemáticas en la Universidad Nacional y soñaba con transformar a Colombia, sin saber exactamente cómo.

La aventura revolucionaria es vista por Mejía con ojo demoledor. Y con humor que no perdona. ¿O sí? En el fondo sí. Los personajes, esos muchachos perdidos en la vaguedad de sus sueños heroicos, son arropados por el autor con delicadeza y cariño melancólico. En esta novela, como en todas las suyas, la prosa honda y sabia de Juan Diego es, de por sí, un acto de reencuentro y de perdón”, así habla de ‘Soñamos que vendrían por el mar’ la escritora Laura Restrepo, autora también de otra obra fundamental de ese estilo (‘Historia de un entusiasmo’)

Y eso son Pável, Nacho, Zigorsky, chicos enfrascados en discusiones que a luz de hoy parecen una comedia, pero que en aquella época dogmática dominaban en el escenario de la confrontación marxista. La duda fundamental era ¿seguir en la ciudad dando la batalla dialéctica o tomar las armas para ir al monte a buscar la revolución?

Con una prosa sencilla, fluida, sin accesorios innecesarios, Mejía va construyendo una época que aún tiene su impronta en esta Colombia que pretende exorcizar sus viejos demonios.

Ganador del Premio de Novela de Colcultura en 1996, con su novela ‘El cine era mejor que la vida’, Mejía tiene su sitial entre los mejores escritores colombianos de la segunda mitad del siglo 20. Nacido en Medellín, su prosa se caracteriza por la frescura y por describir ese mundo que muchos jóvenes quisieron transformar en esa utopía que fueron los setenta.

En entrevista con la revista Gaceta, el también director de la Fiesta del Libro y la Cultura de Medellín habló de su nueva obra, de los sueños y de las esperanzas de construir entre todos, y sin violencias, un mejor país.

¿Qué lo motivó a escribir esta novela que tiene muchas de sus vivencias y de esas fantasías que lo arroparon en sus años juveniles?

La motivación principal es que durante los años setenta yo conocí muy de cerca el movimiento de la izquierda y siendo unos jóvenes universitarios muchos compañeros tomamos decisiones de salir de la ciudad, dejar las universidades, ir para el campo y era un sueño que no sabíamos exactamente dónde iba a terminar, pero creíamos que podía terminar con una transformación del país.

Han pasado más de 35 años desde entonces y yo lo único que tengo es la herramienta de la literatura y me he puesto en la tarea de escribir sobre este tema reiteradamente. Lo que veo diferente con los intentos anteriores es que primero siento que con esto cierro este ciclo de una generación que deja la ciudad para hacer la revolución al campo y segundo, siento que ya era el momento en el que podía hablar con toda la tranquilidad de toda una generación que lo intentó, pero fracasó. Hay una serie de consideraciones que yo puedo hacer pues porque por fortuna fracasó y por fortuna estamos viviendo un momento diferente en el país, que ojalá esta historia que vivimos hace 35 años sirva para entender un poco lo que está pasando en la actualidad.

¿De alguna manera lo que usted pretende en su novela es recordar un momento de mucha efervescencia política en la juventud universitaria colombiana y en la cual había mucha conciencia política, a diferencia de lo que sucede hoy?

Claro, había mucha conciencia política entre los estudiantes universitarios, pero en esto sí quisiera hacer un paréntesis y es que no necesariamente esa generación yo siento que haya sido mejor que la actual, parto de allí, creo que son intereses diferentes, solo que los intereses de la generación mía, cuando teníamos 17-18 años, de alguna manera nos hacía pensar en temas que son fundamentales para el país. Por ejemplo, uno veía que en las asambleas universitarias se hablaba de la nacionalización del petróleo, de la autodeterminación de los pueblos, del cogobierno en las universidades, pero eso no quiere decir que la generación actual sea menos interesante que la nuestra, son épocas diferentes y para nosotros en ese momento los temas eran la revolución, la conquista del poder, había un sesgo marxista en América Latina que fue disparado por el triunfo de la revolución cubana. En la década de los sesenta empezaron a aparecer grupos que querían repetir la historia de lo que había sucedido en Cuba y traerlo a estos países y solo en los años setenta hubo un replanteamiento del modelo cubano y empiezan a aparecer el modelo prochino y esa es la discusión que se da en las universidades.

Entonces todas esas cosas, que parecen de película, eran las discusiones en las cafeterías y en las asambleas, y de alguna manera fue lo que nos sedujo a muchos estudiantes. Entonces la novela trata de revivir ese momento de hace 35 años y lo hace a partir de un estudiante de arquitectura que además es actor de teatro y que trata de construir un grupo en Medellín. 

En últimas puede resultar muy gracioso, pero esta novela ¿de qué trata? Pues es la historia de una generación que se desmovilizó antes de que le llegaran las armas. 

Mirándolo desde ahora yo lo vería con cierta condescendencia, no ser tan descalificadores con esa generación porque de verdad lo intentó de una manera honesta, pero simplemente no lo logró.

A la luz del paso de los años esto que usted narra en la novela se ve como un anacronismo y resulta hasta gracioso percibir las discusiones tan dogmáticas en que se trenzaban

Sí, podría parecer que uno está cobrando cuentas y burlándose de esa época, pero no, es simplemente un acercamiento amoroso. Yo quisiera que no se interpretara como una descalificación de nada porque todo lo hacíamos de una manera muy honesta y creíamos que allí estaba la vida, en cada decisión que tomábamos. Fíjate que ese actor, Pavel, que toma el nombre de una obra de teatro de Máximo Gorki, está súper empeliculado y anda por Medellín con un abrigo muy pesado, propio de las estepas rusas, pero él cree firmemente que lo que está haciendo es la verdad y todos creíamos que la revolución estaba a un paso y que teníamos que tomar decisiones y que teníamos que ser consecuentes, entonces las discusiones eran de ese tenor, aunque hoy se vean como caricaturas. Éramos una generación inocente, ingenua y que no veíamos ninguna otra posibilidad de triunfar.

Precisamente en esta perspectiva y con base en la novela y usted mismo, podría uno concluir que siquiera no llegaron esas armas porque a usted lo ganamos como escritor y la novela no sucumbió a la violencia ni a los muertos que se preveían.

Qué bueno que lo diga, porque Jorge Franco, que presentó el libro en Bogotá, varias veces tocó ese punto. Él decía que esta no es una novela política, tampoco de la violencia, tampoco de guerra, entonces preguntaba de qué era esta novela. Yo pienso que es más una novela sobre la lealtad, del honor, el heroísmo, la amistad, esas cosas que nos mueven a todas las generaciones de todos los tiempos.

Pienso yo, y coincido contigo, en que siquiera no llegaron las armas porque la pregunta es qué hubiera pasado si llegaban, seguramente muchos de nosotros, si estuviéramos vivos, seríamos unos comandantes terribles, como esos que han sembrado el terror en Colombia durante los últimos años, porque la guerra convierte a la gente en seres distintos, terribles, de horror, entonces creo que por fortuna eso no ocurrió y en la novela tal vez esa es la conclusión que a mí me gustaría que al lector le quedara en el cuerpo: ‘siquiera estos no se volvieron como lo que nos tocó vivir durante estos 50 años’. De alguna manera la historia nos dio esa nueva oportunidad y nos pudimos dedicar a otros oficios y yo me siento muy bien de poder escribir porque me gusta mucho y poder contar las historias tal vez no como ocurrieron sino como las recordamos, como dijo Gabriel García Márquez alguna vez.

Casualmente mientras leía su novela repasaba el libro de Laura Restrepo ‘Historia de un entusiasmo’ y trato de hacer un parangón entre ambas obras. Había muchos sueños, esperanzas, pero también mucha violencia que es como lo que le ha sucedido a Colombia en estos años de conflicto…

Yo también releí ‘Historia de un entusiasmo’, que recuerda que inicialmente se llamó ‘Historia de una traición’ y luego Laura cuando lo reeditó replanteó el título y dijo que no hubo traición porque el que le incumplió al M-19 fue Belisario Betancur. A uno lo traiciona solamente el amigo, el enemigo no, porque esa es su posición, entonces ella le cambia el nombre por ‘Historia de un entusiasmo’ y hablando una vez con ella me dijo eso que estás mencionando. Yo creo que eso es lo que caracteriza a nuestra generación y es ese entusiasmo, ese deseo de lograr finalmente la paz, pero una paz justa, creíamos que podíamos hacerlo a través de las armas, que había que pasar por el tránsito de la guerra, y después llegar a la paz, pero por fortuna nosotros tuvimos que salir de circulación. Ahora les toca es a estos otros, que sí estuvieron en combate, que tienen a cuestas un montón de crímenes, de horrores, que ellos mismos se aterrorizan cuando hacen recuento y esperamos que Colombia tenga esa nueva oportunidad, así como la tuvo la generación nuestra.

Bueno y cuando usted ve a los viejos líderes de las Farc como  Alape, Catatumbo, Timochenko, ¿en algún momento piensa en Zigorsky, Pavel, Nacho, esos personajes que hacen parte de su novela?

Totalmente, yo los veo a ellos, pienso que estos que tu mencionas podrían ser los amigos míos de ese entonces, pero también hay una cosa que te quiero decir, hace poco le pregunté al padre Francisco De Roux que si cuando se instaló la mesa de negociaciones en La Habana él percibía en los dos bandos voluntad para llegar a un acuerdo.  Entonces él me dijo que no, que ninguno tenía voluntad para lograr la paz, ni los guerrilleros ni los del gobierno. Lo que pasa es que estos cuatro años transformaron a ambos bandos, así como la guerra los cambió, estas conversaciones de paz también los transformaron, y son otras personas las que están hablando ahora, por eso ellos dicen cosas que hace cinco años eran impensadas, por eso hay una esperanza.  Yo siento que a ellos ya los permeó el espíritu de la paz, ya no son los mismos comandantes terribles de hace cinco años, creo que eso nos habla de una esperanza y sigo hablando de eso, de que esto no está perdido, a pesar de todo lo que ha pasado.

Mirando en perspectiva la situación, ¿qué aporte cree que este tipo de obras puede hacer a la construcción de nuestras realidades?

Me gustaría que la literatura fuera muy influyente, pero no creo que una sola obra logre nada. Pienso que todas las cosas que son muy importante requieren una constancia, puede que esta novela genere un estado de ánimo positivo en los lectores, hagan pensar que aunque hoy la guerra los haya convertidos en terribles asesinos, en un momento fueron buenos muchachos, como lo fueron estos de los que yo hablo. O sea que sea simplemente un aporte y una mirada más, porque tiene que haber más cine, canciones, obras de teatro, que nos hagan pensar que el ser humano todavía está vigente. Yo lo que creo es que al mirar a este grupo de muchachos que quisieron hacer la revolución y no pudieron, los vemos como un grupo ingenuo y así eran todos, los que hoy son asesinos, así eran antes, entonces démosle una oportunidad, el mundo no está perdido y yo creo que es una buena forma de hacer las pases con la historia nuestra.

Juan Diego Mejía se graduó de matemáticas en la Universidad Nacional de Medellín.   Ha publicado, entre otros libros, ‘Rumor de Muerte’, ‘Sobrevivientes’, ‘ El cine es mejor que la vida’ y ‘Camila todoslosfuegos’.

 

Noviembre 20, 2016 - 12:00 a.m.  Por:  Gerardo Quintero Tello / Jefe de Cierre