RICARDO CÁRDENAS, UN HOMBRE DE ESTE TIEMPO

Category: Artículos Created: Thursday, 29 June 2017 04:48

Texto sobre la obra del escultor Ricardo Cárdenas. (2017)

Camino a las oficinas de Celsia en Medellín, donde voy a ver algunas obras de Ricardo Cárdenas adquiridas por esta compañía, pienso en cuánto han cambiado los artistas contemporáneos con relación a los de otros tiempos.

La ceremonia creativa ya no está marcada por el sufrimiento que suponía la inspiración, y la imagen del pintor tuberculoso se ha ido diluyendo hasta convertirse en un lugar común con el que los historiadores del arte se refieren a épocas pasadas. La primera vez que supe de él fue cuando, al pasar por el edificio enorme de Bancolombia en Medellín, me detuve a mirar un conjunto de objetos metálicos, todos iguales, cruzados como espigas, que me remitió al misterioso silencio de las ciénagas del Caribe. Desde entonces su obra me ha llevado a pensar que si alguien puede crear con metales la sensación que producen las nubes que presagian lluvias, los nidos de los pájaros, los bosques de la infancia, los humedales de los primeros habitantes del altiplano, los manglares donde llegan las aves de todo el mundo, es porque se trata de un artista que tiene una visión completa del mundo actual. 

Estamos en la segunda década del siglo XXI y los ciudadanos del mundo nos hemos acostumbrado a que todo lo que era imposible hace unos años ahora es cotidiano. Mientras vamos al supermercado un equipo de astronautas pasa a miles de kilómetros encima de nosotros rumbo a algún lugar de la Vía Láctea. Tal vez no lo sabemos, pero cuando nos lo cuentan nos parece normal y hemos aceptado que la vida ha cambiado, que la ciencia avanza, pero en el fondo aceptamos que somos los mismos seres frágiles que necesitamos claves para entender nuestro día a día. Los pasos gigantes que da la humanidad en conocimiento tecnológico reconfortan pero al mismo tiempo descubren el desierto de afecto en el que nos movemos.

Cuando por fin llega Ricardo que será nuestro guía en el recorrido por los pisos de Celsia, siento que ese hombre menudo, amable y sonriente es la expresión de nuestro presente. En varias entrevistas ha dicho que se sentó durante once años en los pupitres de un colegio religioso, luego pasó a las sillas de una universidad privada para aprender a hacer edificios y puentes, pero ni el colegio de los jesuitas ni la Escuela de Ingenieros llenaban su interés. Tal vez por eso trataba de escaparse a través de los trazos que hacía en libretas como la que trae en su mano esta vez. No eran dibujos de nada, eran rayas que se juntaban con otras rayas. Tendría que pasar un buen tiempo ocupado en otras actividades para darse cuenta de que en esos apuntes estaban los elementos de su obra. 

A Ricardo le gusta hablar de su formación como ingeniero y de sus clases de dibujo y pintura con la maestra Libe de Zulategui y Mejía, toda una institución del Arte en Medellín. Se refiere a ambas actividades con el mismo cariño y enfatiza en la naturalidad con la que las asumió. Le he oído decir que pintar era tan natural para él como comer o como hablar. Lo veo ahora que nos saluda como a viejos camaradas, con abrazos fuertes a Gonzalo Velásquez, a Verónica Valencia, encargados de las comunicaciones en la empresa, y a mí, entonces se me ocurre que la ingeniería debió ser un obstáculo en el camino a la pintura. Sus movimientos ágiles por los corredores de Celsia que parecen una galería de arte son más los de un artista que se siente a gusto entre pinturas y esculturas que los de un calculista de puentes o constructor de edificios. Tal vez se estorbaban las dos disciplinas mutuamente, pero lo que revela la historia de Ricardo es que ambas destrezas llegaron a un acuerdo para producir un estremecimiento del alma en quienes se acercan a su obra. 

Mientras nos acomodamos en un pequeño restaurante de la Avenida El Poblado, pienso que si no estuviera con nosotros ahora, él estaría en su taller construyendo lo que ha dibujado en la libreta que deja a un lado de los cubiertos mientras mira la carta y nos lee el menú para antojarnos de la pasta o de los mariscos del lugar. Los dibujos de Ricardo son el resultado de mirar el entorno con ojos de artista. En esto no hay diferencias con los pintores y escultores de otros tiempos que también transformaban la realidad a través de sus propios recuerdos. Todo lo que aprendió en la Escuela de Ingenieros en Medellín, más las clases de dibujo y pintura en Bellas Artes, más los conocimientos que se trajo de Massachusetts donde hizo un posgrado de Ingeniería, más la vida que ha vivido, todo eso mezclado con un talento y una sensibilidad especiales para ver lo que mucha gente no percibe, es lo que hace que sus miradas se conviertan en pensamientos, y estos en arte. “Yo miro, pienso, dibujo, dibujo, dibujo, selecciono y construyo”, dice a menudo, para definir su forma de trabajar. Estos verbos están escritos en las paredes de su taller y creo que también están tatuados en su sangre. Son un mantra propio que lo saca a flote en su trabajo creativo. 

El taller de Ricardo es limpio y ordenado. Todo sugiere claridad y simpleza. Es tan claro y tan simple como una línea recta. Es el lugar donde una línea se junta con otra línea y estas con otras, y con otras, hasta que dejan de ser rectas y se convierten en otras formas. Cuando me habló de esos elementos geométricos como el origen de su obra, pensé que en el trabajo de Ricardo se evidencia la dialéctica de la naturaleza a la manera en que la expuso Engels. Una cosa multiplicada por sí misma se transforma en otra, y se genera un proceso que podría extenderse en el tiempo y en el espacio indefinidamente. 

Este artista cercano, entrañable para quienes tienen la fortuna de relacionarse con él, pasa desapercibido entre la multitud de comensales del restaurante. Nadie sospecharía que ha creado un universo paralelo al nuestro, con nubes de aluminio como las que alguna tarde nos hicieron soñar tendidos en la llanura, nidos  gigantes que son refugios para la vida, manglares y bosques silenciosos, humedales donde se dan cita pájaros migratorios. Esta naturaleza alterna es el entorno en el que también aparecen sus columnas y muros con los que se podría edificar otro mundo, uno más simple, más limpio, más elemental, donde fuera posible un nuevo comienzo para el Hombre. Me alegra estar en la mesa con él comiendo y hablando de su obra sin misterios ni secretos. Así son los artistas de nuestro tiempo.

La reunión había empezado en las oficinas de Celsia, donde sus esculturas ocupan un lugar de gran simbolismo en medio del vértigo empresarial del país. Y después de tres horas de conversación en la que recorrimos diferentes facetas de su vida, nos despedimos con la certeza de que al ver la obra completa de Ricardo Cárdenas estaremos asistiendo a una ceremonia de renovación. La suya es una propuesta que conecta con los orígenes, con el antes de todo, cuando nada había y nada éramos. Me fui pensando en sus nubes, en su universo de pequeñas líneas que nos hablan de lo elemental. Algo en mi interior había ocurrido en este tiempo en el que me acerqué a su mundo, tal vez fue eso que siempre pasa cuando estamos frente al producto de quien mira, piensa, dibuja, dibuja, dibuja, selecciona y finalmente construye. 

 

Juan Diego Mejía